A veces, en la calle, al volver una esquina
aparece, ante ti, un gesto, un rostro.
Y es como si todo,
la pasión por la vida, mismamente,
se hiciera en un instante
el segundo preciso
para salvar el día que comienza.
Y percibes
el roce de una mano o ese fresco
aroma de la hierba y de la lluvia.
Si te fijas un poco,
verás correr ante ti las lagartijas
que en las tardes de siesta perseguías
cuando madre
trasteaba en el patio y en la torre
escuchabas el tac-tac de la cigüeña.
Son minutos escasos,
los precisos
para saber al fin que el paraíso
viaja en el autobús
y que te abre
sus puertas para entrar y la manzana
es más dulce si, al final, esta prohibida.
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